A partir de que se den a conocer los resultados definitivos, de quienes finalmente ocuparán una curul como diputados en la Cámara baja del Congreso de la Unión, una vez agotados los procedimientos iniciados con motivo de las impugnaciones que en algunos casos presentaron los representantes de los Partidos Políticos perdedores en la pasada elección y que tomen protesta en su cargo como nuestros “representantes”, ¿qué podemos esperar de su trabajo legislativo?
¿A quién o quiénes, consideran ellos, les deben el haber logrado su triunfo en las elecciones?
¿A qué intereses responderán sus posturas y votos en la aprobación de las leyes y reformas que pasen por sus manos?
¿Saben a ciencia cierta cuáles son sus obligaciones como Diputados Federales?
¿Son conscientes de que son la primera legislatura que podrá reelegirse para el siguiente período? ¿Regresarán a sus distritos a consultar el sentido de su voto, con sus representados para actuar de acuerdo a los intereses de ellos?
¿Terminarán el período para el cual fueron electos y protestaron el cargo o simplemente a la primera oportunidad buscarán otra posición política o como funcionarios pensando sólo en su interés personal?
¿Cuántos, desde hoy, saben que son diputados juanitos y que más tardarán en rendir protesta del cargo, que en solicitar una licencia, para que quién lo desempeñe sea su suplente?
Éstas y otras muchas preguntas nos hacemos los ciudadanos en relación a lo que harán los nuevos diputados al asumir sus funciones. Pero, sin pretender ser adivino, ni fatalista y de acuerdo a mi experiencia como académico y aprendiz de analista político, el panorama no luce alentador, sino por el contrario, mi pronóstico es que seguiremos viendo y viviendo más de lo mismo que han hecho anteriores legislaturas, es decir, los viejos vicios del quehacer de nuestros legisladores se reproducirán y a final de cuentas, los mexicanos seguiremos siendo testigos de los actos y las formas en que los Partidos Políticos, por medio de sus bancadas y al servicio de los grupos en el poder, aprobarán cuanta ley o reforma les sean presentadas, atendiendo a las negociaciones de sus líderes y Presidentes de los Partidos, negociando el bienestar de los ciudadanos.
Hoy, a diferencia de otras épocas, no sólo tenemos a las bancadas de los Partidos tradicionales, sino también a los grupos de diputados que llegaron a esa posición para representar y defender intereses de los grupos fácticos como los banqueros, empresarios, magisterio, grupos corporativos, gobiernos estatales, sectores vinculados a determinadas áreas estratégicas del país, incluso hasta de grupos de la delincuencia organizada que operan en el país y que desde su nominación, se les dejó claro a quiénes deben servir y que recibirán línea para no desviarse y apoyar y defender sólo a quienes les financiaron sus campañas y además les remuneran económicamente para que les sirvan en forma incondicional.
Cuando en México se trabaja por contar con mejores mecanismos de transparencia, rendición de cuentas y combate a la corrupción, sería oportuno que los nuevos legisladores dieran a conocer su declaración patrimonial y situaciones de conflictos de interés, para evitar sigan proliferando prácticas como las de los moches o el uso de programas y recursos para chantajear o presionar a Gobiernos Municipales con el fin de obtener un beneficio personal y favorecer a un grupo o institución política.
Es tiempo de revisar todo aquello que hasta este momento ha hecho que los Diputados sean quienes menos confianza tienen de parte de los ciudadanos, la percepción de que no trabajan, de que venden su voto y de que sólo son instrumento de los Partidos para conservar sus prebendas y privilegios, que no cumplirán ninguna de sus promesas de campaña, persiste en el imaginario colectivo.
Nunca es demasiado tarde para rectificar, ¡México lo merece¡